La Torre del Oro
La Torre del Oro es uno de los emblemas más icónicos de la ciudad de Sevilla. Este monumento, situado en la margen izquierda del Guadalquivir, es una parada obligada para quienes visitan la ciudad. Aunque nunca hayas estado en Sevilla, seguramente habrás visto su imagen en numerosas ocasiones. Con sus 36 metros de altura, esta torre defensiva destaca por los reflejos dorados que han inspirado diversas leyendas, algunas más cercanas a las “fake news” que a la historia real.
Los Orígenes Almohades de la Torre
Para entender el origen de la Torre del Oro, hay que viajar al siglo XIII, cuando los almohades, procedentes del norte de Marruecos, se asentaron en Sevilla tras conquistar el sur de Al-Ándalus. Este pueblo, conocido por su carácter belicoso, comprendió que la ciudad necesitaba reforzar su defensa, especialmente por la vía fluvial, por donde ellos mismos habían entrado en la ciudad.
Así decidieron construir una torre defensiva para proteger el acceso desde el río. Sin embargo, su estrategia de defensa no se limitaba al agua: la Torre del Oro estaba conectada tanto por río como por tierra con otras estructuras defensivas.
La Torre del Oro como Parte de la Muralla Albarrana
Esta torre formaba parte de un sistema defensivo albarrano, un tipo de construcción caracterizada por estar unida a la muralla, pero con cierta independencia. La Torre del Oro estaba conectada por tierra con la Torre de la Fortaleza, cerca de los Alcázares de Sevilla, mediante un tramo de muralla. Por el río, se unía con la Torre de la Plata, ubicada en la margen derecha del Guadalquivir.
A diferencia del acceso actual, en sus orígenes la entrada a la Torre del Oro no estaba al nivel del suelo, sino más arriba, a la altura del camino de ronda de la muralla. Desde allí, los soldados podían ingresar directamente a la torre para vigilar el paso por el río y reforzar la defensa de la ciudad.
Brillos Dorados y Mitos sobre la Torre
Uno de los elementos más llamativos de la Torre del Oro es su superficie dorada, que ha dado pie a diversas leyendas. Aunque no existen pruebas de que estuviera recubierta de azulejos dorados, como se ha contado en algunos relatos, sus brillos se deben a una mezcla de cal y paja prensada en su revestimiento, que reflejaba la luz del sol de forma espectacular. Este ingenioso uso de materiales demuestra la habilidad de los constructores árabes para hacer que elementos sencillos parecieran lujosos.