OS LUSÍADAS Luís de Camoés (Canto Décimo LXXVI a LXXX)
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LXXVI.
«Te hace ¡oh varon! la celestial sapiencia
Merced de que con ojos corporales
Veas lo que jamás la vana ciencia
Podria ver de míseros mortales.
Por este áspero monte con prudencia
Sígueme, y firme, y vengan tus parciales.»
Dice, y vale guiando por sendero
Duro y á humana planta arduo y severo.
LXXVII.
Mucho no van, sin que á la erguida cumbre
No lleguen, donde un campo se esmaltaba
De esmeralda y rubí, cuyo relumbre
Celeste suelo anuncia que se hollaba.
Globo ven en el aire, en el que lumbre
Clarísima por dentro fulguraba,
De modo que su fondo está evidente,
Como su superficie transparente,
LXXVIII.
Cuál su materia es, no se adivina,
Mas se comprende bien que lo formára
De varios orbes la bondad divina,
Y un centro solo á todos les fijára:
Suba ó baje la rueda cristalina,
Nunca sube ni baja, y de igual cára
Se le halla por doquier: por cualquier parte
De comienzo ó de fin se oculta el arte.
LXXIX.
Uniforme, en sí mismo sostenido,
Y digno, en fin, del Constructor Maestro,
Viendo Gama aquel globo, conmovido
Quedó, y de asombro á razonar no diestro.
Y la diosa: «El trasunto reducido
En volúmen pequeño aquí te muestro
Del orbe todo, porque claro veas
Por dó vas, y á dó irás, y qué deseas.
LXXX.
«Vé aquí la insigne máquina del mundo,
Etérea, elemental, que fabricada
Así fue de saber alto y profundo,
Sin principio ni meta limitada.
Quien cerca en rededor este rotundo
Globo y su superficie tan labrada
Es Dios; mas lo que es Dios nadie comprende,
Que ingenio humano á tanto no se estiende.