OS LUSÍADAS - Luís de Camoés (Canto Sétimo XXVI a XXX)
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Canto Séptimo
XXVI
Quedó espantado del tremendo viaje
El Moro, que Monzaide se llamaba,
Oyendo las fatigas del pasaje
Por los mares que el Luso le contaba:
Mas al fin enterado que un mensaje
Al señor de esta tierra le llevaba,
De la ciudad le dice que está ausente,
Si bien no lejos de ella, el Rey potente.
XXVII
Y que mientras la nueva le llegase
De su estraña venida, si quería
En su pequeña casa reposase,
Que del país los frutos comería,
Y que después que un tanto se gozase,
A la flota con él se volvería;
Que alegría no puede haber tamaña
Que compatricios ver en tierra estraña.
XXVIII
El Portugués de recibir no deja
El favor que Monzaide le ofrece:
Y cual si su amistad fuera ya vieja,
Come y bebe con él, y le obedece:
Y luego torna la feliz pareja
A la Armada, que al Moro el gusto acrece.
Montan la Capitana, y viejo y mozo
A Monzaide ven todos con gran gozo.
XXIX
Le abraza el Capitán con rostro ledo,
De Castilla al oír la lengua clara:
Cerca de sí le asienta, y luego cedo
Del país le pregunta y gente rara.
Cual circunda en Rodópe el arboledo
Al dulce amante de Eurídice cara,
Por oírlo tocar la lira de oro,
Tal se junta a escuchar la gente al Moro.
XXX
Y él comienza: «¡Oh nación que la natura
De mi paterno nido cerca puso!
¿Qué destino tan grande, ó qué ventura
Os guió por camino tan profuso?
No sin causa recóndita y oscura
Del Tajo y Miño ignoto alguien dispuso
A estos reinos traeros apartados,
Por mares de otro leño nunca arados.»
