OS LUSÍADAS (Canto Tercero LXXVIII A LXXXIV)
Nota Del Editor:
Advertencia de Luarna Ediciones Este es un libro de dominio público en tanto que los derechos de autor, según la legislación española, han caducado. Luarna lo presenta aquí como un obsequio a sus clientes, dejando claro que: 1) La edición no está supervisada por nuestro departamento editorial, de forma que no nos responsabilizamos de la fidelidad del contenido del mismo. 2) Luarna sólo ha adaptado la obra para que pueda ser fácilmente visible en los habituales readers de seis pulgadas. 3) A todos los efectos, no debe considerarse como un libro editado por Luarna.
LXXVIII.
«Con tal entraba inmensa compañía
El Mir-Almumenim en Lusitaña,
Que a trece Reyes Moros de valía
Rige, con superior cetro, en campaña,
Y haciendo al paso cuanto mal podía,
Y a impulso acaso de no propia saña,
Va a cercar, no viniéndole muy ancho,
En Santarém con ímpetu a D. Sancho.
LXXIX.
«Dále combates ásperos, haciendo
Mil ardides de guerra el Moro odioso:
Mas no allí le aprovecha tubo horrendo,
Secreta mina, ariete poderoso;
Porque el hijo de Alfonso, no perdiendo
Ni el sentido, ni el brío generoso,
Opone en todas partes resistencia,
Ánimo incontrastable, alta prudencia.
LXXX.
«Y el viejo, a quien habían obligado
Los trabajosos años al sosiego,
En la ciudad estando, cuyo prado
Enverdecen las aguas del Mondego:
Sabiendo cómo el hijo está cercado
En Santarém del Moro pueblo ciego,
Parte de la ciudad tan diligente,
Que no parece que contó los veinte.
LXXXI.
«Y con la vieja hueste, en guerra usada,
Al hijo va a ayudar; y así ayuntados,
La Portuguesa furia acostumbrada
A los moros dispersa destrozados,
Dejando la campiña bien cuajada
De plumas, y marlotas, y tocados,
De caballo, y jaez, y escudo, y pica,
De hartos muertos señores presa rica.
LXXXII.
«Lo que quedó de tantos salió fuera
De Lusitania, en espantosa huida;
El Mir-Almumenim solo no huyera,
Porque antes, triste, se le huyó la vida.
A quien les dio victoria tan entera
Dan loores y gracias, sin medida;
Que en casos tan extraños, claramente
Más es Dios quien pelea que la gente.
LXXXIII.
«De tamañas victorias se rodeaba
El viejo Rey Alfonso esclarecido,
Cuando el que tanta lid venciendo andaba,
De años duros y muchos fue vencido:
Pálida le tocó dolencia brava
Con fría mano el cuerpo enflaquecido:
El tributo, a que nadie se resiste,
Así pagando a Libitina triste.
LXXXIV.
«Los altos promontorios le aclamaron
Y sembradas campiñas pesarosas:
Aguas de río y fuente le lloraron,
Con lágrimas corriendo más copiosas;
Y tanto por el reino se espaciarón
De su virtud las obras valerosas,
Que Alfonso, Alfonso, en monte y valles huecos
No dejan nunca de sonar los ecos.