La toma de Persépolis
Persépolis, la magnífica ciudad construida a mayor gloria de los reyes persas, fue testigo, en el 330 a.C., de una fiesta recordada no precisamente con orgullo. Y es que una de las joyas del imperio aqueménida fue totalmente saqueada por las tropas de Alejandro Magno cuando éste tomó la ciudad en su conquista de los territorios persas.
Se dice que el rey macedonio se arrepintió después de su acto; sin embargo, en el momento de mayor euforia, ebrios de alcohol y con ganas de celebrar su conquista, él y sus cerca de 60,000 soldados arrasaron con todo lo que encontraron a su paso. Según las crónicas, en particular los textos de Diodoro Sículo, “se llevaron muebles y objetos preciosos, plata y oro, incluso vestidos elegantemente bordados. Persépolis había sobrepasado a otras ciudades en prosperidad, y también las excedió en desgracia”.
Una Ciudad de Reyes
Persépolis era una de las mayores ciudades persas, situada en lo que hoy es Irán. No tenía una defensa sólida, aunque parte de ella estaba amurallada y disponía de torres de vigilancia. Se había construido para glorificar a los reyes persas, y en ella había grandes palacios con salas hipóstilas, monumentos grandiosos y edificios de remembranza griega y egipcia. Era una ciudad magnífica y muy rica, pues era la capital ceremonial de los aqueménidas: Alejandro encontró allí un inmenso botín.
La ciudad se rindió al conquistador cuando éste llegó tras haber conquistado otras ciudades cercanas. Por ello, el modo en que Alejandro Magno celebró su victoria, arrasando con la ciudad, es motivo de dudas. Según parece, la cortesana Tais, amante de Ptolomeo, uno de los grandes amigos de Alejandro, lo convenció para que vengara la destrucción de Atenas, que los persas habían atacado durante uno de los episodios de las Guerras Médicas (499-449 a.C.).
Alejandro Magno, deseoso de afianzar su poder, se lanzó a la calle con una antorcha y prendió fuego al Palacio de Jerjes; sus techos y columnas de madera de cedro ardieron rápidamente y el fuego se extendió por toda la ciudad. Sus guerreros, completamente ebrios, hicieron el resto.