La leyenda de la Tragantía
Cuenta la tradición que cuando el rey moro de Cazorla supo que los cristianos, comandados por el arzobispo de Toledo, iban a invadir sus dominios, concluyó que la resistencia violenta no sería la solución. Triste y apesadumbrado, observaba desde el mirador del castillo de Cazorla cómo sus siervos abandonaban la ciudad llevando sus pertenencias en carros, huyendo del horror que se avecinaba. Igual que sucediera tiempo antes en Quesada, los cristianos tomarían el empobrecido reino de Cazorla entrando en la ciudad por las bravas, arruinando cosechas y casas, y terminando con su reinado.
En un alarde de preocupación por su pueblo, permitió que sus vasallos huyesen del lugar hasta que las cosas se hubiesen calmado, y sus súbditos se marcharon por el camino de Baza. Habiendo puesto a salvo a todo el que pudo, el rey vagó por el casi vacío castillo como un alma en pena, haciendo tiempo hasta el momento de la invasión. Mientras los leales al rey se impacientaban por abandonar el lugar, el monarca retrasaba como podía el abandono del castillo, debido a que su hija estaba oculta en una de las salas secretas del castillo, un lugar solo conocido por el mismo rey.
Pese a que la muchacha estaba bien aprovisionada para sobrevivir, su preocupado padre no se decidía a abandonarla a su suerte. Pero la desgracia se cebó aún más en el rey, ya que una vez que se decidió a partir y mientras atravesaba el puente del castillo, una flecha le alcanzó en el cuello y lo derribó de su montura. Falleció al alba del día de San Juan antes de poder pronunciar una sola palabra. La ciudad fue conquistada por los cristianos, que al contrario de lo que temía el rey, no devastaron la ciudad, sino que se instalaron en ella trayendo además a colonos de otras regiones. En poco tiempo, Cazorla recuperó la vida de sus calles, aunque con diferentes inquilinos en sus hogares.
Mientras tanto, la princesa continuaba enclaustrada en el interior de su refugio-prisión, atenta al más mínimo sonido que escuchaba. Con el paso de los días y las semanas, su angustia se tornó en desesperanza, y la desesperanza en demencia, hasta que finalmente se terminaron sus provisiones. Resignada al destino que le aguardaba, la princesa se tumbó bajo unas mantas dispuesta a dejar que el segador se la llevase, pero para su sorpresa, lo que ocurrió fue bien distinto.
Tras pasar un tiempo indeterminado presa de terribles pesadillas, en medio de un inquieto sueño, la princesa sintió que sus piernas estaban entumecidas, así que usó sus manos para devolverles la sensibilidad, pero el tacto de sus miembros inferiores resultaba frío y viscoso. Un escalofrío de terror recorrió su espalda, seguido de una profunda sensación de repulsión, e inmediatamente se dio cuenta de que había dejado de sentir hambre. Cuando a oscuras examinó su cuerpo, comprobó horrorizada que su mitad inferior se había tornado en una cola de serpiente.
Con el paso del tiempo, la princesa quedó transformada en un horror indescriptible, dedicada a reptar en la oscuridad de los pasillos del castillo de Cazorla. Cuenta la leyenda que, cada noche de San Juan, se puede escuchar su voz entre muros cantando una canción:
Yo soy la Tragantía,
hija del rey moro,
el que me oiga cantar
no verá la luz del día
ni la noche de San Juan.
En el mismo castillo de Cazorla hay una gran argolla de hierro sobre una losa de piedra que hasta la fecha nadie ha osado levantar, y hay quienes afirman que es la entrada a la cámara donde aún yace la Tragantía. Quién sabe… quizás no sea del todo una leyenda.