Historia de las Meigas en Galicia
Si indagamos un poco en la historia de las meigas, nos encontraremos con que la referencia más antigua de la existencia de personas que en Galicia recurren a algún tipo de magia data de finales del siglo XIII. Un sínodo reunido en Santiago de Compostela en 1289 prohíbe a los clérigos, bajo ciertas penas, ser adivinos, augures, sortílegos y encantadores. Esta prohibición se extiende a todo tipo de personas en el siglo siguiente bajo pena de excomunión.
Posteriormente, en el siglo XVI, se menciona la existencia de «mujeres hechiceras» que hacen hechizos y maleficios a los hombres. En el sínodo del obispado de Orense celebrado entre 1543 y 1544, se proclama la excomunión de todas aquellas «personas, tanto varones como mujeres, [que] queriendo saber lo que no saben, o lo que ha de ser… van a agoreros y a encantadores, hechiceros y hechiceras». El sínodo denuncia que, al estar el «santo óleos… en la pila del bautismo, hechiceros y hechiceras, con sacrílega temeridad y atrevimiento diabólico, lo han hurtado para mezclarlo con sus hechizos y supersticiones erróneas». Sin embargo, ni la palabra bruxa ni la palabra meiga aparecen en la documentación de la época.
El tribunal de la Inquisición española de Santiago de Compostela, que comenzó a actuar en la segunda mitad del siglo XVI, se ocupó de los «hechiceros» y de las «hechiceras». Algunos de ellos fueron considerados brujos y brujas por otros tribunales debido a los «tratos» que mantenían con el demonio. Los primeros casos datan de 1565, cuando se acusó a un sastre de «hechicero» e «invocador de demonios», al que acudía la gente para preguntarle «cosas futuras y escondidas», y a un ciego de ser «hechicero e invocador de demonios que llamaba [en sus conjuros y prácticas] a… Bercebú». En un tercer caso se menciona, probablemente por primera vez, a las brujas, cuando un campesino acusado de invocar a «Satanás y a Barrabás» declara que le habían llevado un joven para que lo curara y que «eran tres brujas [las que] hacían mal al muchacho».
En 1579, una hechicera es interrogada y torturada por «haber tenido invocaciones, tratos y cópula con el demonio». En 1582, otra «hechicera e invocadora de demonios» «confesó el pacto que tenía con el demonio y cómo a veces había tenido con él acceso carnal, unas veces de día y otras de noche, ofreciéndole así mismo la sangre del dedo». O más claramente en el caso de un «hechicero… [que] iba donde andaban las brujas… de noche».
A partir de 1612, solo dos años después del proceso de las brujas de Zugarramurdi en Logroño, la actividad del tribunal de la Inquisición de Santiago se dirige más contra las «brujas» que contra las «hechiceras». Es precisamente en esa segunda década del siglo XVII cuando aparece la palabra meiga para referirse a la bruja maléfica cuyo propósito es enmeigar, es decir, hacer el mal a personas y animales.
En las décadas siguientes, la bruja-meiga reproduce los rasgos de la idea de la bruja que predomina entonces en Europa Occidental y que llega a Galicia a través de la brujería vasca. Así, en las actas del tribunal de Santiago aparecen todas las fantasías atribuidas en Logroño a las brujas de Zugarramurdi: «respetan una jerarquía entre ellas, se untan para salir de casa y volar, reniegan de la fe y cumplen con el ósculo infame y, asimismo, después de la apostasía tienen relación carnal con el demonio (en figura de cabrón) por sus partes traseras»; «se casan con el diablo, que las marca con la uña por suyas, destruyen los frutos de los campos en salidas nocturnas, matan a niños, entran en aposentos para poner hechizos a los que duermen y para consumirles la vida». Se reúnen junto a una fuente de Cangas en la noche de San Juan.
En el pueblo de O Mato en Orense, dos mujeres conocidas como “Las Rita” son posiblemente las últimas representantes de unas prácticas ancestrales que poco a poco han ido desapareciendo. Vivían en un establo en ruinas con una fachada decorada con cruces blancas y un montón de muñecas que encontraban en la basura y las colgaban en las paredes. Practicaban ritos de brujería. La fachada de su casa estaba recubierta por cruces y restos de muñecas que utilizaban para sus rituales de protección. Los vecinos más próximos las oían rezar a altas horas de la noche, pero nadie sabía a ciencia cierta lo que hacían. Sin embargo, un gran incendio acabó con toda la chabola en 1996 y ellas terminaron sus días en un asilo, sin que nadie lograra entenderlas. Así fue como se llevaron el misterio de sus prácticas al más allá.