El misterioso país de Punt
El llamado «País de Punt», cuya localización se presupone en algún lugar de la costa de Somalia, es otra de las muchas civilizaciones que se han perdido en el tiempo. Los habitantes del antiguo Egipto conocieron muy bien este país, de hecho, no fueron pocas las expediciones enviadas por éstos hacia Punt para traer de vuelta madera, marfil, incienso y otros materiales muy preciados para los egipcios.
El testimonio más antiguo que se conserva en relación con dichas expediciones, está grabado en la «piedra de Palermo», documento grabado en piedra que data de la V dinastía egipcia, y en la que se nos relata con detalle uno de estos viajes a tan enigmático país, también conocido como las «terrazas del incienso». Tanto Mentuhotep III como Sesostris III enviaron expediciones a Punt, y era tal la fama de este recóndito país que los egipcios lo habían incorporado a su cultura popular, siendo objeto de canciones, poemas y cuentos de la época.
Pero sería la reina Hatsheput, hija del faraón Tutmosis I y de la reina Ahmose, cuyo reinado se prolongó desde el año 1490 hasta el 1468 a.C. la que nos dejó un mejor registro de estas expediciones. Dicho registro se halla en su templo mortuorio y nos habla con detalle de lo acontecido durante una de ellas.
Hatsheput, con la idea de traer a su tierra materiales como marfil, mirra, canela, animales exóticos e incienso (sobre todo éste último, necesario para el culto a Amón), envió una flota de cinco naves a que descenderían por el Nilo hasta legar al delta, para luego dirigirse hasta el Mar Rojo atravesando el canal de Wadi Tumilat.
Tras varios meses, la expedición alcanzó las playas de Punt, donde los egipcios fueron recibidos por el rey Perehu, su extraña esposa (a la que se describe como muy obesa y deforme) y sus tres hijos. Tras la bienvenida, los egipcios deben remontar otro río, junto al cual crecen gran cantidad de árboles hasta llegar a la ciudad, donde se producen los intercambios.
La ciudad de Punt se nos describe como una serie de chozas de madera, a las que se accede mediante escaleras. Sus habitantes, cuyo rey lleva la pierna derecha revestida de aros de bronce, adornan su pelo con trenzas, cortan sus barbas en punta y son, en su mayoría, bastante más bajos que los egipcios.
Tras el intercambio, se celebra un pródigo banquete y se rinden honores tanto a la diosa Hathor, divinidad gobernante de Punt como al dios Amón, en una demostración de mutuo respeto.
Los bienes llevados a Egipto incluyen maravillas como marfil, madera de ébano, monos, perros, pieles de pantera, cosméticos, oro, joyas y sobre todo incienso, mucho incienso. Éste último era el objetivo principal de la expedición, ya que era la principal ofrenda usada en el culto al dios Amón.