Bahá'u'lláh: La Gloria de Dios.
La figura de Bahá'u'lláh surgió en una época en que el imperio persa, perdido en el más insensato fanatismo, se iba sumiendo en lo más profundo del oscurantismo y de la ignorancia.
Sin duda habrás leído descripciones detalladas sobre la moral, costumbres e ideas de los persas durante los últimos siglos. De nada serviría repetirlos aquí. En resumen, digamos que Persia había caído tan bajo que para los extranjeros era motivo de pesadumbre que un país, antaño tan glorioso y altamente civilizado, se encontrase ahora tan degradado, arruinado y cambiado como para que sus habitantes hubiesen perdido toda dignidad.
Fue en esa época cuando Bahá'u'lláh apareció. Su propio padre era uno de los visires, no uno de los 'ulamás. Como sabe todo persa, Bahá'u'lláh nunca estudió en escuela alguna, ni se asoció con los 'ulamás ni con los eruditos. La primera parte de su vida transcurrió en la mayor felicidad. Sus compañeros y amigos, aunque pertenecientes a la clase más distinguida de la nación persa, no eran hombres doctos.
Tan pronto como el Báb se dio a conocer, Bahá'u'lláh declaró: "Este gran hombre es el Señor de los justos; creer en Él es de la incumbencia de todos". Los 'ulamás obligaron al Gobierno persa a enfrentarse al Báb, dictaron decretos por los que se ordenaba la masacre, el pillaje, la persecución y la expulsión de sus seguidores. Ello no obstante, Bahá'u'lláh se levantó para ayudar al Báb, dando muchas pruebas positivas de su verdad. La quema, matanza y saqueo de que fueron víctimas los nuevos creyentes de todas las provincias -mujeres y niños incluidos- no fue obstáculo para que Bahá'u'lláh se alzase a proclamar la palabra del Báb con la mayor firmeza y energía. Ni por un momento se ocultó. Antes bien, se mezcló abiertamente con sus enemigos entregado a la tarea de presentar pruebas de su misión. Por ello se le llegó a conocer como el Anunciador de la palabra de Dios. En numerosas ocasiones soportó los mayores infortunios, con grave peligro de ser martirizado en cualquier momento.
Bahá'u'lláh fue encadenado y encarcelado en una prisión subterránea. Sus inmensas heredades fueron saqueadas y confiscadas. Fue desterrado en cuatro ocasiones sucesivas de una a otro región, hasta encontrar descanso en "la Más Grande prisión". Nada de esto impidió que Bahá'u'lláh, ni siquiera por un instante, dejara de proclamar la grandeza de la Causa de Dios. Desplegó tales virtudes, conocimientos y perfecciones que causó maravilla entre las gentes de Persia, a tal punto que tanto en Teherán como Bagdad, Constantinopla, Rumelia y 'Akká, todos los sabios y hombres de ciencia que llegaban a su presencia, amigos o enemigos, no dejaban de recibir la más completa y convincente respuesta a cualesquier preguntas que le formulasen.
En Bagdad no era raro ver reuniones de 'ulamás musulmanes, rabinos judíos, cristianos y eruditos europeos. Cada cual tenía alguna pregunta que hacer y, aunque todos poseían diferentes grados de cultura, cada uno se retiraba satisfecho después de haber recibido una respuesta satisfactoria y convincente. Incluso los 'ulamás persas residentes en Karbilá y Najaf escogieron a uno de sus sabios para que actuase como su representante. Se llamaba Mullá Hasan 'Amú. Llegado que fue a la bendita presencia, realizó varias preguntas en nombre de los 'ulamá, preguntas a las que Bahá'u'lláh dio respuesta. Hasan 'Amu por su parte manifestó: "Los 'ulamás reconocen sin vacilación y dan fe del conocimiento y virtudes de Bahá'u'lláh, estando unánimamente convencidos de que su erudición no conoce par ni semejante. Es un hecho comprobado además que Bahá'u'lláh jamás ha estudiado o adquirido esa erudición. Empero, los 'ulamás dicen: 'No nos basta con esto; a pesar de su probada sabiduría y virtudes no podemos reconocer la realidad de su misión. Por esta razón le solicitamos que nos muestre un milagro con que satisfacer y afianzar nuestros corazones."