Aokigahara, el bosque de los suicidios
En el bosque de Aokigahara la frondosidad de los árboles es tal que apenas deja pasar ni ningún sonido y sólo algunos rayos de luz logran colarse y llegar hasta el suelo. Según cuentan, en este bosque ajeno al mundanal ruido, de noche sólo se escuchan los miles de lamentos de los espíritus afligidos de suicidas que lo escogieron como punto y final. Por ello, y aparte de leyendas antiquísimas sobre la existencia de los demonios que lo habitan, este lugar es conocido también como «el bosque de los suicidios» ya que está considerado lugar de peregrinaje para quienes quieren acabar con su vida. Hoy en día aún es habitual ver pasar a la policía que acaba de recoger algún cadáver en la zona.
Ya de antiguo, el bosque de Aokigahara fue testigo de escalofriantes acontecimientos. En el siglo XIX, cuando las epidemias y el hambre se extendían imparables por la región, las familias con pocos recursos (o directamente sin ellos) abandonaban en este lugar a su suerte a los miembros más desvalidos de su familia, aquellos que no podían mantener. Estos episodios originaron la creencia de que el bosque albergaba numerosas almas en pena que, errantes sin rumbo, aparecían de entre las sombras de los árboles.
La fama del bosque como lugar para exhalar el último aliento comenzó a extenderse sin control a partir de 1950 y aún persiste con intensidad en nuestros días. Tal es la afluencia de suicidas que las fuentes oficiales han dejado de publicar el número de muertos para no dar más notoriedad al asunto para que se vaya olvidando con el paso del tiempo. Pero el método no parece funcionar. Según las estadísticas, cada año se suicidan en este bosque entre 50 y 100 personas.
Es frecuente ver carteles repartidos por toda la extensión que rezan mensajes como “Tu vida es valiosa y te ha sido otorgada por tus padres. Por favor, piensa en ellos, en tus hermanos e hijos. Por favor, busca ayuda y no atravieses este lugar solo”. También los caminos cortados o cintas de plástico en determinadas zonas. Existen patrullas anuales de voluntarios que se encargan de peinar el lugar rastreando a los nuevos suicidas.
Especialmente triste es observar los coches que quedan abandonados en los aparcamientos, en algunos casos con enseres dentro, porque quienes los conducían ya no van a volver.
El bosque de Aokigahara, conocido también como «mar de árboles» precisamente por su densidad, se encuentra a los pies del monte Fuji, en la provincia japonesa de Yamanashi, a un centenar de kilómetros de Tokio.
