OS LUSÍADAS (Canto Segundo XXXVI A XLIV)
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XXXVI.
Los crespos hilos de oro le flotaban.
Por cuello que afrentar puede á la nieve
Sus duros pechos, al andar, temblaban,
Que amor en ellos retozon se mueve:
Llamas del seno muelle le brotaban,
De dó las almas caza el niño aleve:
Por las lisas columnas la subian
Deseos que cual yedra se tejian.
XXXVII.
Un delgado cendal es ténue capa
A aquellas partes del pudor reparo:
Mas ni el todo descubre, ni lo tapa,
De las purpúreas flores poco avaro:
Para arrancar el alma que se escapa,
Delante pone el dulce objeto raro:
Se abrasa el cielo ya de Sur á Norte:
Celos Vulcano siente, ardor Mavorte,
XXXVIII.
Y mostrando en su angélico semblante
Una sonrisa de pesar teñida
Como dama que fué de incauto amante
En amorosas riñas afligida,
Que solloza y sonrie al mismo instante
Y entre alegre se muestra y dolorida:
Así la diosa, á quien ninguna iguala,
Más mimosa que triste, el eco exhala,
XXXIX.
«Siempre (dice) creí, padre glorioso,
Que hácia las cosas que en verdad yo amase,
Te hallaría benigno y amoroso,
Por más que á algun contrario le pesase:
Pero, pues contra mí te miro iroso,
Sin merecerlo, sin que en nada errase,
Hágase como Baco ha decidido:
Yo asentaré que una inocente he sido.
XL.
«Y al pueblo, mío hoy, por quien derramo
Las lágrimas que en vano caer veo:
Al que précio bien poco, pues le amo
Siendo tu tanto en contra á mi deseo,
Por el que á tí, gimiendo pido y clamo
Y contra lo que ansío al fin peléo;
Pues por quererle yo voy á dañarle,
Quiérole querer mal para salvarle.
XLI.
«Y acabe á manos de las brutas gentes,
Que pues yo fuí....» y en esto de mimosa
El rostro baña en lágrimas ardientes,
Cuajándose rocío en fresca rosa:
Y aquí un poco calló, cual sí entre dientes
Se le cortára el habla congojosa;
Y volvia á seguir, cuando el Tonante,
De lo que vá á decir ya está delante,
XLII.
Y de las blandas muestras conmovido
Que amansáran de un tigre el pecho duro,
Con rostro cual de cielo en luz teñido,
Torna claro y sereno el aire oscuro.
Las lágrimas la enjuga, y encendido
Besa su faz; su cuello abraza puro,
Y es fijo que si allí solo se hallára,
Otro nuevo Cupido se engendrara.
XLIII.
Y á su rostro juntando el rostro amado,
Que el sollozo y las lágrimas aumenta
(Como niño del ama castigado
Que quien le halaga, el lloro le acrecienta)
Por ponerla en sosiego el pecho airado,
Muchos casos futuros la presenta;
Y del hado los fondos revolviendo,
De esta manera en fin le vá diciendo:
XLIV.
«Hija cara preciosa, ningun trance
Rendirá á tus valientes Lusitanos:
Ni habrá quien de mí nunca más alcance
Que esos llorosos ojos soberanos;
Y te ofrezco, hija mía, que aún avance
Su fama á la de Griegos y Romanos,
Por los hechos ilustres que esta gente
Ha de obrar en los climas del Oriente.
